La teología es el estudio del conocimiento de las leyes de Dios. Desde luego, no hay tema más noble. Cuán solemnes eran mis pensamientos y elevadas mis aspiraciones en 1829 cuando comencé mi curso de estudio de teología en Nicolet. Yo suponía que mis libros de teología me darían un conocimiento más perfecto de la santa voluntad de Dios y de las leyes sagradas.
Los teólogos principales estudiados eran Bailly, Dens, Santo Tomás y sobre todo, Ligorio, quien desde entonces ha sido canonizado. Nunca abrí uno sin ofrecer una ferviente oración a Dios y a la Virgen María por luz, tanto para mí como para la gente cuyo pastor llegaría a ser.
Pero, ¡Cuán sorprendido me quedé al descubrir que para aceptar los principios de los teólogos, tendría que abandonar toda la verdad de justicia, honor y santidad! Cuán largos y dolorosos esfuerzos me costó extinguir uno por uno las luces de verdad y de razón encendidas en mi inteligencia por la mano de mi Dios misericordioso. Porque estudiar la teología en la Iglesia de Roma es aprender a hablar falsamente, engañar, cometer robo y perjurarse.
Yo sé que Católico-romanos y aun Protestantes valiente y fervientemente negarán lo que ahora digo. Sin embargo, es la verdad. Mis testigos no pueden ser contradichos por nadie. Mis testigos hasta son infalibles. Son ni más ni menos los mismos teólogos Católico-romanos aprobados por los Papas infalibles. Estos mismos hombres, que corrompieron mi corazón, pervirtieron mi inteligencia y envenenaron mi alma como han hecho con todo sacerdote de su Iglesia, serán mis únicos testigos para testificar en contra de ellos mismos.
Ligorio afirma que es lícito mentir bajo juramento. En su tratado sobre juramentos dice: Es una opinión cierta y común entre todos los divinos que por una causa justa, es lícito usar equivocación (engaño) y confirmarla (la equivocación) con juramento ... Ahora una causa justa es cualquier fin honesto para preservar cosas buenas para el espíritu o cosas útiles para el cuerpo. (Mor. Theol. t. ii. cap. ii. de jur. p.316, n.151. Mech. 1845)
Ligorio dice que una mujer culpable de adulterio puede negarlo bajo juramento si lo ha confesado a un sacerdote. El dice: Si sacramentalmente confesó adulterio, ella puede contestar: Soy inocente de este crimen porque es quitado por la confesión. Ligorio mantiene que es lícito cometer un crimen menor para evitar un crimen mayor. El dice: Así que, Sánchez enseña que es lícito persuadir al hombre determinado a matar a alguien, a cometer robo o fornicación. (Mor. Theol. t.ii. lib.iii. cap.ii. n.57, p.157)
Ligorio también justifica a un sirviente que ayuda a su amo a cometer fornicación trayéndole una escalera. Los Salmanticenses dicen que es lícito para un sirviente robar a su amo si siente que su salario no es adecuado.
Ligorio en Dubium II, considera cuánto será la cantidad de propiedad robada necesaria para constituir un pecado mortal. El dice: Si alguien en cierta ocasión sólo roba una cantidad moderada ... sin la intención de adquirir una cantidad notable ni de dañar demasiado a su prójimo por varios robos, él no peca gravemente, ni estos juntos constituyen un pecado mortal; no obstante, después que llegue a una cantidad notable, por retenerlo, puede que cometa un pecado mortal. Pero aun este pecado mortal puede evitarse si no puede restituirlo o si tenga la intención de hacer restitución inmediatamente. (Mor. theol. t.iii. p.257, n.533. Mech. 1845.)
Los teólogos de Roma nos aseguran que es lícito y aun imperativo ocultar y disfrazar nuestra fe: Cuando te preguntan concerniente a tu fe, no sólo es lícito, sino frecuentemente es más conducente a la gloria de Dios y la utilidad de tu prójimo ocultar la fe que confesarla. Por ejemplo, si ocultándola entre herejes (Protestantes) podrás realizar mayor bien; o si por la confesión de la fe más males sigan, como algún peligro, la muerte o la hostilidad de un tirano o tortura. Por tanto, frecuentemente es precipitado ofrecerse voluntariamente. (Mor. Theol. t.ii. p.817, n.14. Mech. 1845.)
El Papa tiene el derecho de libertar de todo juramento: En cuanto a un juramento hecho para un objeto bueno y legítimo parece que no debe haber ningún poder capaz de anularlo. Sin embargo, cuando es para el bien del público, asunto que está bajo la jurisdicción directa del Papa, quien tiene el poder supremo de la Iglesia, el Papa tiene pleno poder para libertar de ese juramento. (Santo Tomás, Quest 89 art. 9 vol.IV.)
Los Católico-romanos tienen, no sólo el derecho, sino la obligación de matar a los herejes: Cualquier hombre excomulgado queda privado de toda comunicación civil con los fieles de tal manera que si no es admitido, no pueden tener ninguna comunicación con él, como dice el siguiente verso: Se prohíbe besarlo, orar con él, saludarlo, comer o hacer algún trato con él. (San Ligorio, vol. IX, p.62)
Aunque los herejes no deben ser tolerados ... tenemos que soportarlos hasta que por una segunda amonestación, sean vueltos a la fe de la Iglesia. Pero aquellos que después de una segunda amonestación permanecen obstinados en sus errores, no sólo tienen que ser excomulgados, sino entregados a los poderes seculares para ser exterminados.
Aunque los herejes que se arrepienten siempre tienen que ser aceptados a penitencia cuantas veces caigan, no por eso deben ser permitidos a gozar de los beneficios de la vida. Cuando caen nuevamente, son admitidos al arrepentirse, pero la sentencia de muerte no será quitada.
No es necesario obedecer a un rey si es excomulgado. Cuando un hombre es excomulgado por su apostasía ... todos sus súbditos son libertados del juramento de lealtad por el cual se habían obligado a servirle. (Santo Tomás vol.4, p.91)
Todo hereje y Protestante será condenado a muerte y todo juramento de lealtad a un gobierno Protestante o hereje es anulado por el concilio de Letrán celebrado en 1215 D.C.:
Excomulgamos y anatemizamos a todo herejía que se exalta en contra de la santa fe Católica ortodoxa, condenando a todo hereje por cualquier nombre que sea conocido; porque aunque se defieren de cara, son atados juntos por la cola. Tales condenados serán entregados a los poderes seculares existentes para recibir su debido castigo. Si son laicos, sus bienes serán confiscados; si sacerdotes, primero serán degradados de sus órdenes respectivos y sus propiedades aplicadas a la iglesia donde han oficiado. Los poderes seculares de todo grado y rango serán advertidos, inducidos y si sea necesario obligados por censura eclesiástica a jurar que se esforzarán hasta lo sumo en defensa de la fe y en extirpar (matar) a todos los herejes denunciados por la Iglesia que se encuentren en sus territorios. Y siempre que una persona asume el gobierno sea espiritual o temporal, será obligado a acatar este decreto.
Si algún señor temporal, después de ser amonestado y requerido por la Iglesia, se descuidara de limpiar su territorio de la depravación hereje, el metropolitano y los obispos de la provincia se unirán para excomulgarlo. Si permanece contumaz y rebelde por un año entero, el hecho será dado a conocer al Pontífice Supremo, quien declarará a sus vasallos libertados de su voto de lealtad desde ese momento en adelante y el territorio será otorgado a los Católicos para ser ocupados por ellos con la condición de exterminar a los herejes y preservar a dicho territorio en la fe ...
Decretamos, además, que todo el que tenga trato con los herejes, especialmente el que los reciba, los defienda o los aliente, será excomulgado. No será elegible a ningún puesto público, ni será admitido como testigo. Tampoco tendrá el poder de legar su propiedad por testamento, ni heredar ninguna herencia. No podrá presentar ninguna demanda contra nadie, pero cualquier persona podrá presentar demanda contra él. Si es un juez, su decisión no tendrá ninguna fuerza ni ningún caso será traído ante él. Si es defensor, no será permitido defender ningún caso; si es abogado, ningún instrumento hecho por él será aceptado como válido, sino que será condenado con su autor.
Yo tendría que escribir varios tomos grandes para citar a todos los doctores y teólogos Católico-romanos que aprueban el mentir, el perjurar, el adulterio, el robo y hasta el homicidio para la mayor gloria de Dios y el bien de la Iglesia de Roma. ¡Pero he citado suficientes para los que tienen ojos para ver y oídos para oír! Con semejantes principios, ¿Es de extrañar que todas las naciones Católico-romanos, sin una sola excepción, han declinado tan rápido? El gran Legislador del mundo, el único Salvador de las naciones, Jesús, ha dicho: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Una nación puede ser grande y fuerte solamente según las verdades que forman la base de su fe y vida. La Verdad es el único pan que Dios da a las naciones para que prosperen y vivan. El engaño, la hipocresía, el perjurio, el adulterio, el robo, y el homicidio son los venenos mortales que matan a las naciones.
Entonces, entre más un pueblo cree y venera a los sacerdotes de Roma con su teología, más pronto ese pueblo se debilitará y caerá. Un gran pensador ha dicho: Entre más sacerdotes, más crímenes. Porque, entonces, más manos intentarán derribar los únicos fundamentos seguros de la sociedad.
¿Cómo podrá algún hombre estar seguro de la honestidad de su esposa, mientras cien mil sacerdotes le dicen que ella puede cometer cualquier pecado con su vecino para evitar que él haga un crimen peor o cuando le aseguran que aunque sea culpable de adulterio, puede jurar que es tan pura como un ángel?
¿Qué aprovechará enseñar los mejores principios de honor, decencia y santidad a una señorita, cuando está obligada a confesarse muchas veces cada año ante un sacerdote soltero quien está atado por conciencia a darle las lecciones más infames de depravación, bajo el pretexto de ayudarle a confesar todos sus pecados?
¿Cómo asegurarán los derechos de justicia y cómo pueden los jueces y jurados proteger a los inocentes y castigar a los culpables mientras a los testigos, cien mil sacerdotes les dicen que es lícito ocultar la verdad, dar respuestas equivocadas y aun perjurarse bajo mil pretextos?
¿Cuál gobierno puede encauzar al pueblo a caminar con paso firme en los caminos de luz, progreso y libertad, mientras hay un poder oscuro sobre ellos que tiene el derecho a cualquier hora, día o noche, romper y disolver todos los juramentos más sagrados de lealtad?
Armado con su teología, el sacerdote de Roma se convierte en el enemigo más peligroso e implacable de toda verdad, justicia y libertad. Es el obstáculo más formidable a todo buen gobierno y frecuentemente, sin darse cuenta, es el peor enemigo de Dios y del hombre.